Soy Miquel Àngel Essomba. Me apasiona la educación porque creo que es la gran oportunidad de nuestra sociedad para construir más democracia, cohesión social y justicia, y por eso he trabajado prácticamente en todos los ámbitos y niveles educativos. En los últimos años he concentrado mi trabajo en la universidad, donde dirijo el grupo de investigación ERDISC (@ ERDISC_UAB). Desde 2011 también dirijo la red SIRIUS sobre políticas en materia de educación e inmigración de la UE, impulsada por la Comisión Europea.
Las 3 cosas que he aprendido
¿Colaborar para cambiar la educación, o cambiar la educación para colaborar?
Debemos preguntarnos cuál es la finalidad y cuál es el medio. En mi opinión, el cambio educativo no es un fin en sí mismo, sino una oportunidad para mejorar los proyectos educativos. Una de las finalidades de estos proyectos debe ser el aprendizaje de una actitud vital y un estilo de aprendizaje colaborador. Todos los desarrollos teóricos prominentes en ciencias sociales (Vigotsky, Gardner, el informe Delors de la UNESCO...), fundamentan la necesidad de aprender a colaborar como una necesidad social del presente y del futuro, y proponen abrir espacios donde hacer posible este aprendizaje dado que no nacemos enseñados. Nuestra tradición educativa carece profundamente de este sustrato colaborador, y es por eso que hay que cambiarlo todo en la educación (las metodologías, los escenarios, las perspectivas, etc.). Para crear condiciones favorables a una colaboración como realidad fáctica, valor y principio organizador.
¿En una sociedad compleja, la clave de la colaboración radica en el quién o en el cómo?
Nuestra tradición educativa nos empuja a centrar más nuestra atención en los agentes de la colaboración, y menos en la calidad de la relación que estos agentes establecen entre sí. Aceptamos el marco de una educación comunitaria, de una corresponsabilidad educativa en los territorios, del trabajo denominado en red, de la participación activa, de contextos educativos como las comunidades de aprendizaje y de metodologías como el aprendizaje-servicio. Y sin embargo, nos sumergimos en la puesta en práctica de todo estos dispositivos a partir de lógicas lineales y causales que ya no dan respuesta a las necesidades del presente, con procesos de información, comunicación y toma de decisiones cómodamente instalados en la racionalidad burocrática, impermeables a la incertidumbre estructural de nuestros tiempos. Hay que transformar las dinámicas relacionales de la colaboración en términos de creatividad, análisis reflexivo, comunicación dialógica y asertividad.
¿Colaborar o cooperar?
Cooperar supone un ejercicio más exigente que colaborar. La colaboración debe ser una dinámica relacional que no pierda nunca de vista avanzar hacia la cooperación como escenario de relaciones educativas ideales. Porque cuando cooperas, todo el mundo es imprescindible, y el colectivo no alcanza su objetivo si todo el mundo no ha puesto su parte. Cooperar significa que nadie queda atrás, y representa una de las mejores maneras de atender la diversidad de los grupos y de los colectivos. Y es que la colaboración no es neutra, puede responder a distintos planteamientos ideológicos. Podemos colaborar para ser más competitivos en el mercado, o bien podemos colaborar para construir sociedades más democráticas. Con independencia de si el planteamiento anterior es realmente disyuntivo o conjuntivo, los que queremos una ciudadanía más libre y justa entendemos la colaboración en educación desde la cooperación, porque hacerlo es garantía de no perder de vista la equidad.
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