Celebramos 10 años de Debates de Educación dando voz a la comunidad educativa.
Posiblemente, es poco arriesgado asegurar que, a día de hoy, el profesorado continua siendo clave en cualquier sistema educativo. De hecho, es sencillo darse cuenta de su papel crítico, si tenemos presente que en sus manos recae, en última instancia, la responsabilidad de acompañar a los niños y jóvenes en el proceso de aprendizaje de las competencias que les serán imprescindibles para poder convertirse en ciudadanos activos, participativos y, en último término, comprometidos con el progreso social. No obstante, el ejercicio de la función docente se ha convertido progresivamente en complejo. En un mundo globalizado como el nuestro, las funciones educadoras se reformulan para poder atender los retos de una sociedad fundamentada en la economía del conocimiento. El acceso a la enseñanza obligatoria ha alcanzado a sectores sociales cada vez más amplios, que exigen respuestas docentes flexibles, ajustadas a necesidades educativas diversas.
Pero esta complejidad a la que deben enfrentarse maestros y profesores no ha encontrado una correspondencia clara, ni en los escenarios que les deberían facilitar la innovación, ni en modelos de formación inicial y desarrollo profesional que podrían proporcionarles herramientas e incentivos para afrontar con garantías su actividad cuotidiana y hacer atractiva la profesión. En último término, el grado de responsabilidad que la sociedad ha conferido a estos profesionales no parece haber encontrado su reverso en un conocimiento social equivalente de la profesión docente, capaz de poner en marcha los mecanismos capaces de atraer y retener a más profesores de calidad en los centros educativos. Así, la interpretación adecuada de qué significa ser un buen profesional de la educación en el siglo XXI parece que todavía plantea una cuestión no resuelta y, en cualquier caso, decisiva para la provisión de una educación de calidad como servicio público.