Celebramos 10 años de Debates de Educación dando voz a la comunidad educativa.
Soy madre, maestra y licenciada en pedagogía. Formadora de maestros, profesores y directores de centros educativos en ejercicio, conferenciante y asesora de Ampas.
He coordinado el programa “Familia/Escuela acción compartida” durante más de trece años.
Coautora de materiales de “Crecer en familia” del Departamento de Bienestar y Familia [de la Generalitat de Cataluña] y formadora de personas dinamizadoras del grupo de padres.
El hecho de haber acompañado a profesionales docentes y a padres y madres en distintos programas me facilita ir entendiendo mejor qué es lo esencial y qué cambios son imprescindibles en esta relación familia/escuela.
Para crecer y educarse feliz y sano, un niño necesita a un adulto (una pareja) que le quiera y que se responsabilice de él. Nada mejor si este adulto es un progenitor (padre o madre). Esto significa que en una sociedad donde se prioriza el crecimiento sano y feliz de los niños, se hace todo lo posible para facilitar la convivencia entre padres y madres e hijos, tanto tiempo como sea posible.
En la conciliación de la vida laboral y familiar hay que primar la convivencia entre padres e hijos, sin separar ambas generaciones de la familia para que los adultos puedan seguir trabajando, sino liberando tiempo de trabajo para cumplir con las responsabilidades familiares.
Para los Estados, las administraciones y las empresas, invertir en la pequeña infancia significa apostar por la convivencia familiar. Una inversión de este tipo es un ahorro muy significativo (en salud mental, en prevención del fracaso escolar) para el día de mañana.
La escuela es una institución organizada y planificada, que debe dotarse a sí misma de misión y valores. Los profesionales docentes de una escuela son los responsables de iniciar, con sentido, un cambio importante en la relación familia/escuela.
Una relación de responsabilidad, no de culpabilismo; de esperanza, no de nostalgia, de paciencia, no de prisas; de confianza, no de optimismo ciego. Una relación de cuidado, no de condena.
Por eso hay que ampliar la formación inicial y continuada de maestros y profesores, incluyendo la relación con las familias como uno de los ejes de la tarea docente. Y estimular que los equipos directivos de las escuelas reflexionen y potencien un estilo de relación con las familias que incluya mucho más que las tutorías.
Las familias, cada una desde sus posibilidades de responsabilización en la educación de sus hijos, colaborarán para lograr que esta relación sea mejor en la medida en que sientan que forman parte de la comunidad educativa.
Hay que replantearse qué significa y de qué maneras tiene sentido hoy la participación y la implicación de las familias en la actividad de los centros educativos. Algunas fórmulas heredadas del pasado han dado pruebas suficientes de que ya no funcionan para lo que fueron creadas.
Hay que mirar a otros países y a otros grupos de familias organizadas en colectivos para avanzar hacia otras formas y canales, que permitan la diversidad de objetivos, de organizaciones y de acciones, en función de los lugares, las realidades, las personas y las necesidades.
No obstante, la escuela y los docentes tienen que replantearse su papel como miembros de una comunidad educativa en la que los padres y madres son un importantísimo capital social, de conocimiento, de ciudadanía activa… para abrirse responsablemente a hacer más y mejor educación entre todos.